7/30/2007

Recuerdos.

Es verano y como por las tardes tengo vacaciones, he decidido hacer algunas cosas "emocionantes" que durante el resto del año por falta de tiempo he ido dejando. Son cosas tan "excitantes" como limpiar a fondo los armarios de la cocina, los de los dormitorios, limpiar y tratar de tirar cosas del trastero , de los cajones de los muebles......y es aquí dónde me quiero quedar. Yo no sé para vosotros, pero para mí es difícil decidir de qué objetos me quiero deshacer. Normalmente después de pensármelo, vuelvo a guardarlo todo. Es un momento melancolía. Este momento empieza cuando te encuentras cualquier objeto que guardas desde la niñez. Crees que puedes tirarlo y no es así, al menos, yo no puedo. El objeto personal más antiguo que poseo (aparte de las fotos de cuando era un bebé) es un par de recordatorios de mi 1ª comunión. Y no estoy hablando de hace diez años, ni de veinte,. La fecha se remonta a unos cuantos años atrás. El año pasado estuve a punto de tirarlos, entonces pensé que de qué me servía guardarlos si el día que yo ya no esté aquí (soy joven todavía, pero nunca se sabe) mis hijos se desharán de ellos sin el menor atisbo de culpabilidad. Pero no lo hice y decidí guardarlos un año más. Por supuesto este año siguen en el cajón de mí mesilla, de nuevo, les he amnistiado, he decidido que sigan a mi lado al menos un año más.
En mis cajones he visto varios trocitos de mi pasado. He encontrado calendarios de bolsillo de principios de los años 70, tarjetas de socio del Club de Fútbol Santo Domingo que pertenecían a mi hijo mayor. Como fué el primer nieto, mi padre le hizo socio nada más nacer y estuvo pagándole la tarjeta los 8 primeros años, hasta que se dió por vencido en su intento de hacer que a mi hijo le gustara el deporte. Bueno, pues sigo conservando las 8 tarjetas. No sé para qué, pero ahí están. También hallé esquelas de varios familiares, hallazgo macabro por cierto.
Algo que me sigue sorprendiendo cada vez que la veo es una nota que un cliente de un restaurante autoservicio donde yo trabajaba me entregó en 1979. Entonces vivía en Barcelona y él era un joven de raza negra. Supongo que ahora seguirá siendo de raza negra aunque no tán joven. En la nota me decía que yo le gustaba. Me dió su teléfono para que le llamase y pudiéramos vernos. Me dijo que tenía una casa en la playa. Debió pensar que eso era un punto a su favor.Por supuesto nunca le llamé.

En uno de los cajones tengo dos montones de cartas. Uno de ellos contiene las cartas que mi, entonces novio y ahora marido, me escribió cuando estaba en la mili y en el otro montón están las que yo le enviaba a él. Lo divertido es que los dos vivíamos en Zaragoza y la mili la hizo en la Academia Militar de Zaragoza, es decir, que no necesitábamos comunicarnos por correo ya que nos veíamos casi todos los días. Por supuesto, estas cartas tienen un valor sentimental . Algunas veces he intentado leerlas y volver a sentir lo mismo que entonces pero la verdad es que no he podido porque al empezar ha hacerlo, me da un poco de vergüenza ajena. Me es un poco difícil ponerme en la mente de una enamorada chica de 17 años. De todas formas, todos tenemos un pasado y yo asumo el mio.

Parte de ese pasado y que ahora quiero compartir con todos vosotros (no sin una gran parte de vergüenza también) es mi experiéncia con mis primeros viajes en auto-stop. Nada más casarnos nos fuimos a vivir a Barcelona, vivíamos en el barrio de Horta y yo trabajaba en el restaurante auto-servicio de la empresa Nestlé que estaba en la otra punta de la ciudad. Cuando salíamos de trabajar, algunas compañeras y yo, estuvimos haciendo "dedo" durante unos días. A esa edad me pareció una experiéncia tan emocionante que al llegar a casa necesitaba escribir todo lo que sentía.
Ahora he decidido publicarlos en mi blog, tal y como lo reflejé entonces.

Pido un poco de comprensión. Tan solo era una chica adolescente que estaba empezando a vivir y que acababa de dejar por primera vez la casa paterna.

Hoy, 5 de Noviembre, comienzo a escribir una, digamos recopilación sobre mis impresiones, respecto a todos mis viajes, mis cortos viajes en auto-stop. Digo cortos porque esta historia comenzó tan solo hace tres días, exáctamente el día 3.
Ese día al salir del trabajo sobre las 6 de la tarde, decidimos una compañera y a la vez buena amiga, "hacer dedo", esta es una expresión que se usa mucho en lugar de la palabra inglesa.
No era el primer viaje que yo hacía en auto-stop, pero sí el primero que yo personalmente paraba. Al principio, sentí una gran vergüenza pero me savó el estar acompañada y sobretodo el que nos parasen muy pronto, eso sirvió para no desanimarme.
Este primer conductor que nos recogió, era un señor de unos cuarenta y pico de años, muy simpático y amable. Se notó enseguida que comenzamos la conversación que era una persona con ganas de hablar con alguien sobre su vida, pues al parecer, tenía problemas con su mujer, ya que ésta, por celos, desconfiaba mucho de él. Nos contó que al único sitio que salía, era los domingos cuando se iba de caza a la montaña y que a pesar de eso, ella le armaba muchas broncas. Creo que ella le quiere y tiene miedo de que se vaya con otras, aunque por otro lado, no lo entiendo, ya que el amor hacia otra persona, trae consigo, o quizá debería traerla, una total confianza, sobretodo conociendo a la persona con que se vive. El viaje que hicimos con este señor, resultó agradable, aunque un poco largo, ya que todo el camino estuvo lleno de atascos, pero la conversación animó bastante el camino, además, yo estaba contenta por ser mi primer viaje en auto-stop. Con un apretón de manos y unas sinceras "gracias", terminó mi primera experiéncia.
Al día siguiente, animadas por la suerte del día anterior, volvimos a intentarlo. Esta vez pararon más pronto todavía y el conductor era un chico joven, él dijo tener dieciocho años, pero lo dijo sonriendo y su aspecto era de un chico de unos veintitrés. Era rubio y no era feo. A medida que íbamos hablando los tres, nos fuimos dando cuenta Silvia y yo, que se trataba de una persona muy enamorada del dinero, incluso él mismo lo dijo, pues hablaba mucho de él y de cualquier cosa que hablaba, enseguida decía lo que le había costado. También era bastante pesimista, sobretodo respecto a la suerte pues él casi aseguraba que iba a morir joven, incluso no le daba mucha importancia a eso. Nos pareció raro que hablase de esa forma de la muerte una persona tan joven. También nos dió la impresión de una persona elegante y bastante culta. Esta vez, durante todo el viaje, íbamos escuchando una agradable canción de fondo a nuestras palabras. Nuestro viaje, como el anterior, finalizó con un apretón de manos y un "hasta otro día".
Hemos llegado ya a hoy, día 5 y este viaje para mí ha sido con el que más cómoda he estado. Se trataba de un chico también joven, como el anterior más o menos, pero se le notaba más abierto y campechano. Casualmente trabaja en la Seat, justo enfrente de dónde trabajamos nosotras y como casi todos los obreros de hoy en día, no estaba de acuerdo con sus jefes por una cantidad de razones, que es imposible de escribir aquí. Le noté más de mi clase y podíamos hablar más abiértamente con él. También en esta ocasión teníamos música y más bonita que la del día anterior. Me alegró saber que le gustaba Zaragoza. Dijo que tenía muchos amigos mañicos. Es agradable saber algo así, sobretodo cuando lo dice una persona de fuera. Como las veces anteriores nuestra corta amistad finalizó con un joven apretón de manos.

La poesia no debería morir nunca
pues es una bonita forma de expresar los sentimientos.
Estoy segura de que no morirá.