7/23/2013

Los miércoles, piscina.

Estoy pasando unas horas en una de las tantas piscinas que hay en Zaragoza...a falta de agua salada, agua clorada.
Lo primero que hacemos mi pareja y yo al entrar y como animales de costumbres que somos, es ir a extender las toallas al mismo sitio que la vez anterior y que la anterior y la anterior...de hecho es el mismo lugar donde la poníamos el año pasado, que parece que con la entrada también nos dieran la escritura de propiedad de esos dos metros cuadrados de césped y no es que sea solo una manía nuestra ¡qué va!, he comprobado que la mayoría de la gente hace lo mismo porque alrededor de mis dos metros cuadrados de césped, toman el sol las mismas personas una y otra vez. Cada vez que voy y les veo allí, me entran ganas de saludarles. Creo que hemos llegado a crear un pequeño vecindario y que como me descuide, me nombran presidenta de la comunidad.
Conforme me voy acercando a la zona de piscinas, empiezo a notar los olores típicos de estos recintos, una mezcla de cloro con los olores de los diferentes aceites bronceadores, todo ello aderezado con los propios sudores, perdón, con los propios olores.
Una vez extendida la toalla, siento que lo que me apetece realmente es describir lo que veo, que tampoco es mucho si tenemos en cuenta que tengo 0'75 dioptrías.
Giro mi cabeza hacia la izda y veo un grupito formado por dos mujeres y tres niñas de unos 12 años a las que les estaban dando la merienda. Una de ellas discute con su madre por haberle hecho salir del agua para hacerle comer un bocadillo de pan de molde sin corteza, así es que se da media vuelta enfadada y se vuelve a dirigir a la piscina y es entonces cuando su madre, a todo volumen, le comunica que solo tiene dos opciones...o vuelve y se come el bocadillo o se van a casa. Ante este panorama, la niña frunce el ceño y regresa a la toalla mientras dice "Vale, pero no me castigues".
Aparté mi vista de ellas y de esa horrible visión de los bocadillos de pan de molde sin corteza, que es como comer jamón de york o Nocilla entre dos trozos de miga.
Al mirar hacia otro lado descubro un grupo de adolescentes en lo que parecía ser su primer verano en la piscina sin adultos que les controlasen. Chicos y chicas, casi niños, que hablan en voz alta, que se ríen por cualquier cosa, que se levantan con rapidez de las toallas y se van corriendo al agua; los chicos van tiesos, chulicos, machotes...y ellas van detrás, más tranquilas. Eran tres, las dos primeras iban hablando entre ellas y la tercera se acercó corriendo y les espetó " Oye, no vayais tan deprisa, que voy descalza" Le miraron y le respondieron " ¡¡Como todas, maña!!.
A los diez minutos regresaron corriendo y se envolvieron en las toallas. Más tarde una de las chicas le pidió a uno de los chicos que le extendiera crema protectora por el cuerpo y fue entonces cuando otra de las chicas, quizá un poco celosa, se levantó a velocidad supersónica y se interpuso entre los dos mientras decía "primero a mi, primero a mi" Jajajaja. A la más mínima les vuelve a salir esa infancia que apenas acaban de dejar atrás.
Mientras les miraba, venían a mi mente los recuerdos de esos veranos en los que yo era como ellos y como ellos, también iba a la piscina con amigos y sin adultos, que reía, que corría, que hablaba en voz alta...como ellos. Con la diferencia de que mi casa estaba cerca de las piscinas municipales y mi madre se asomaba de vez en cuando al balcón " a echar una ojeada" y controlarnos a mi hermana y a mi, que por otra parte estábamos muy tranquilas porque había tanta gente a nuestro alrededor que ni aunque mi madre hubiera jugado a "¿Dónde está Wally?" o hubiera tenido superpoderes, nos hubiera podido encontrar.
Estaba inmersa en mis recuerdos cuando empecé a escuchar frases sueltas que llamaron mi atención. Venían de un grupo de mujeres, cuatro para ser exactos, que estaban haciendo top less y que por lo quemada que tenían la piel, deben de pegarse todo en día como los lagartos tomando el sol. Están allí cuando llego y siguen allí cuando me voy, nunca las he visto meterse en el agua. Todo lo más que se permiten para refrescarse es echarse agua con un frasco pulverizador que llenan de vez en cuando en las duchas.
Tres de ellas estaban sentadas formando un corro. Lamentablemente estaban demasiado lejos de mi como para poder escuchar la conversación completa, no obstante supe de qué estaban hablando tan solo escuchando unas cuantas frases tan jugosas como estas:
" A mi me gustan mucho los besos"
"Yo también me casé virgen"
"Yo siempre salgo a la calle con mi marido y siempre vamos de la mano"
"Yo me casé con 19". Que digo yo que se estaría refiriendo a los años y no que se había casado con 19 tíos.
En este punto de la conversación la cuarta componente del grupo, que había permanecido tumbada hasta entonces, se incorporó haciendo que su frase sonara con más contundencia y cerró la conversación con la frase:
"Mi marido es el único que me ha besado y el único que me ha tocado"
¡Qué lástima que la distancia que mediaba entre ellas y yo, impidiera que me enterase del resto de la conversación! y eso que disimuladamente moví un poco la toalla hacia donde ellas estaban, pero es que incluso el poco viento que había, no jugaba a mi favor ya que llevaba la dirección contraria.
Como vi que no podría averiguar nada más, cerré el periódico que estaba usando como excusa para poder "estudiar" mi entorno y me fui a dar un baño a la piscina, eso si, nadando cerca del borde para poder agarrarme a él en el momento en el que me canse de nadar. Todavía no he aprendido a mantenerme a flote en el agua.


7/11/2013

La tormenta pasajera.

Son las 12'30 de la noche y he salido a la terraza para disfrutar de la atmósfera que una fuerte tormenta que ha durado más de dos horas y que ha venido cargada de relámpagos y truenos ha dejado a su paso por la ciudad.Todavía a lo lejos se puede ver la luz de los relámpagos que se van desplazando hacia Cataluña.
La noche está en silencio ya que debido al agua que ha caído, el bar que está debajo de mi casa ha cerrado más pronto de lo habitual.
Aquí en mi terraza siento una fresca brisa sobre mi piel que me proporciona muchas sensaciones, pero lo que sin duda me ha puesto la piel de gallina hasta el punto de emocionarme, ha sido el olor a humedad y hierba mojada que entra dentro de mi cada vez que respiro.
Me he sentado en una de las sillas y he dejado que los recuerdos y la melancolía se colaran por cada uno de los poros de mi piel. Me he dejado manejar por todo lo que sentía en ese momento a través de cada uno de mis cinco sentidos y además no he querido hacer nada por evitarlo, así como tampoco he querido evitar que algunas lágrimas se deslizaran por mis mejillas, es más, creo que me ha venido bien. Lo necesitaba.
Mientras esto me ocurría, escuchaba la "conversación", algo acalorada por cierto, entre dos grillos y además de que no entendía lo que decían - para complicado el idioma de los grillos- el tono que usaban se metía hasta dentro de mis oídos y ha habido algún que otro momento, que de haber sabido dónde se escondían, hubiera hecho todo lo posible para que se hubieran largado de allí.
El edificio que está frente al mío y aunque está bastante alejado y con árboles entre ambos, todavía mostraba varios pisos con las luces encendidas y desde la silla de mi terraza y protegida por la oscuridad de la noche, me he puesto a pensar en qué tipo de familias vivirían allí enfrente.
Cuando mejor me encontraba disfrutando de las sensaciones que esta noche tormentosa me estaba proporcionando, el pitido del lavavajillas anunciándome que su actuación había terminado, me ha devuelto a la realidad para darme cuenta de que ya era la una de la madrugada.
Me iba a enfadar con ese electrodoméstico por la brusquedad con la que me ha sacado de ese mundo de imaginación que estaba viviendo pero entonces he escuchado el desagradable ruido del camión de la basura entrando por mi calle y me he dado cuenta de que tenía que poner fin a ese momento nostálgico que la tormenta pasada me había proporcionado.
Me voy a la cama convencida de que ha llovido solo porque por la mañana había limpiado los cristales de mi piso.