6/23/2013

¡¡Qué verde era mi valle!!...mi Valle de Ordesa.


Hace ya casi dos meses que a mi hijo Daniel le salió la vena ecológica, que yo ni siquiera sabía que tenía, y sugirió que cambiásemos el hecho de ir a tomar el vermut los domingos como hacemos habitualmente, por un "¡¡vayamos al Valle de Ordesa!!"
En un primer momento pensé que el "Valle de Ordesa" al que se refería era uno de esos bares llenos de tapas que están abriendo últimamente y acepté la sugerencia y entonces fue cuando él me aclaró que se estaba refiriendo al Valle de Ordesa de verdad, al que está en el Pirineo Aragonés casi junto a la frontera con Francia, al que está muy cerca del pueblo de Torla y al que se tarda en llegar casi tres horas en coche y después de mirarle a los ojos durante unos segundos pensando que estaba de cachondeo y comprobando enseguida que iba en serio dije...¡vale, vayamos!. Mira, es que aunque no te lo creas, de vez en cuando se me convence fácilmente...
Nos pusimos manos a la obra para saber cómo ir y buscamos el mejor día para hacerlo porque no queríamos días con mucha calor, ni días fríos y la verdad es que elegimos muy bien, porque nos salió un día genial.
Otro día que me tocaba madrugar así es que puse el despertador a las 7.15. Pero habiéndome acostado a la 1.30 y no habiéndome podido dormir hasta casi las 3 de la mañana, la verdad es que me levanté con bastante sueño. Aún así hice la gimnasia, desayuné, me lavé y a las 9 salíamos de casa para ir a buscar a Daniel y empezar el viaje.
Después de varias paradas por el camino, ya sabéis, para lo de siempre, llegamos hasta una hermosa pradera donde había un bar con mesas rústicas en el exterior, una tienda de recuerdos y los váteres, tan solicitados después de un largo viaje. ¡Ah! y un aparcamiento para dejar los coches. Aparcamiento que estaba casi lleno cuando llegamos sobre las 12 de la mañana.
Lo que me apetecía realmente era tumbarme bajo un árbol, sobre la hierba de esa pradera, pero había que empezar a subir la montaña y el único camino para hacerlo era uno lleno de piedras y no muy pequeñas por cierto. El camino se notaba que había sido hecho por el ser humano, por un ser humano con muy mala leche añadiría yo, porque de haber participado yo en su construcción, lo hubiera escobado bien y hubiera quitado todas esas piedras para hacer las caminatas más cómodas. Ante mi sugerencia Daniel añadió, no sin cierto sarcasmo, que por qué no colocar también a lo largo del camino varios enchufes por si la gente necesitaba cargar el móvil.
Podría pasar sin tener esos enchufes a lo largo el camino, después de todo nuestros móviles no tenían cobertura allí, pero lo de pisar tantas piedras si que me resultaba realmente molesto, sobretodo para mi que calzaba sandalias, si, sandalias. Mis amigas me decían que debería ir con calzado apropiado, es decir, deportivas, pero sabía que después de ese viaje no volvería a usarlas y no quería gastar ese dinero tontamente. La verdad es que fui muy cómoda con mis sandalias a pesar de que cada vez que pisaba una de esas piedras, mis pies se resbalaban dentro de ellas.
La intención era llegar hasta una preciosa catarata llamada "Cola de Caballo". El único "problema" era que para llegar a ella había que caminar unas 5 horas. Demasiado para alguien que es muy de ciudad y eso que me habían hablado maravillas de ese entorno.
A lo largo del camino nos encontramos con tres cataratas que se habían formado por el deshielo de la nieve de la montaña y para mi, una chica de ciudad, un paisaje como ese me impresionó.
Cuando llegamos a la parte mas alta de la catarata y nos asomamos a la barandilla, la visión me sobrecogió y sentí un ligero vértigo por el estruendo que hacía el agua al caer y porque era imposible ver el fondo de ese barranco. Íbamos comentando que incluso la vista, es decir, nuestros ojos, se tenían que adaptar a ese paisaje ya que están demasiado acostumbrados a ver objetos a corta distancia. Lo que quiero decir es que en  la ciudad, las distancias que hay entre los propios humanos o entre los humanos y los edificios, no suele ser muy grande, es como si estuviéramos encerrados entre cuatro paredes, así es que cuando llegas a esos paisaje naturales donde ves montañas allá a lo lejos, la vista y la mente se tienen que adaptar.
Después de caminar durante unas dos horas disfrutando de todo lo que íbamos viendo por el camino, pregunté a otros caminantes que volvían de donde quiera que hubieran estado cuánto faltaba para llegar a la "Cola del Caballo", pensando que me dirían que me la encontraría al volver la primera curva, pero fue decepcionante escuchar que todavía nos quedaban unas dos horas más de caminar por esas piedras y para terminar de darnos ánimos nos dijo que aprovecháramos la sombra porque nos venía un tramo grande donde no había árboles que nos protegieran del sol. Eso empezó a hacer mella en nosotros pero seguimos caminando. Al poco tiempo volví a preguntar a otros montañeros que bajaban de la montaña si encontraríamos alguna zona con río cerca donde poder sentarnos bajo un árbol a comer y descansar un poco y por suerte nos dijo que si, que a unos cuantos metros de distancia lo encontraríamos. Les volví a preguntar la distancia que había hasta la Cola de Caballo y me dijeron que estaba a solo 40 minutos pero me callé y no les dije nada ni a Luis ni a Daniel, no fuese que les apeteciera seguir caminando hasta llegar a ella. Yo había tenido bastante por el momento. Llegamos al lugar que nos habían indicado y como nos dijeron, había un árbol y el río pasaba a unos 20 metros.
Nos sentamos bajo el árbol protegidos bajo su sombra ya que el sol picaba mucho y después de comer y aprovechando que Luis dormía una pequeña siesta, nos acercamos Daniel y yo al río. Mi intención era meter los pies en sus aguas bravas para refrescarlos después de esa caminata pero "refrescarlos" no es precisamente el calificativo adecuado. Debería haber usado "congelarlos". El agua estaba completamente helada, incluso sentí un pequeño dolor en la parte de la sien y las piernas me dolían como si la sangre no pudiera circular, así es que las saqué inmediatamente de allí, sin embargo no reblé y lo seguí intentando. Al final conseguí mantenerlas dentro aunque moviéndolas, durante un par de minutos.
Cuando Luis se despertó de su siesta recogimos todo y emprendimos el camino de vuelta, el cual tengo que decir se nos hizo más corto y sé que es normal porque era de bajada. Cuando llegamos al bar/restaurante
con baños en el exterior junto a la pradera, volvimos a usarlos claro, bebimos algo y cogimos el coche para volver a la ciudad. Sin embargo aún hicimos una parada en el pueblo de Torla para visitarlo y hacer algunas fotos. Llegamos a Zaragoza sobre las 9 de la noche. Dejamos a Daniel en su casa y al llegar a la nuestra me puse a escribir estas pequeñas impresiones de este bonito viaje.
Como siempre, las fotos están aquí.    

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