1/27/2010

Mi personaje inolvidable.


La conocí cuando yo era tan solo una adolescente y aunque entonces no lo sabía, ese íba a ser el primer día del resto de mi vida. Entonces no sabía que acababa de conocer a una gran mujer que me iba a marcar para siempre.
Aquel día, recuerdo que ella iba del brazo de su madre, la cual hasta que falleció, vivió feliz con su hija y su yerno.
La mujer de la que hablo, era una persona muy positiva, alegre, altruista y muy comunicativa.
Habían sido ocho hermanos, de los cuales ya solo quedan tres y ella había sido el nexo de unión entre todos ellos manteniendo viva la comunicación, llamándoles y preocupándose de todos y por supuesto, era correspondida.
Se preocupó por una de sus hermanas, que con más de 70 años, vivía sola en Madrid cuidando de un obispo de casi 90 y a la que, sin pensárselo dos vesces fué a ayudarle en cuanto supo que se había caído y que se había roto un tobillo.
Más tarde, hizo todo lo posible y se la trajo a Zaragoza, a ella y al obispo, para tenerla más cerca y ayudarle con él. Cada día, esta mujer y su marido se acercaban a casa de su hermana para ayudarle a bañarle y a darle de comer.
No solo se preocupó de su familia, sino de sus amigos también. Y tenía muchos. Una persona como ella, es imposible que no los tenga. Además los necesitaba, porque tenía un carácter tán abierto, que el contacto con la gente le daba vida.
Siempre tuvo muchas ganas de aprender y se empapaba y disfrutaba con los documentales de tv, además de leer muchos libros.
Estaba muy interesada por el arte y no es nada extraño. Su marido y su hijo, así como otros familiares de su marido, eran artistas. Es por ello que hasta que su marido, debido a su enfermedad dejó de andar, las visitas a las exposiciones y conferencias, eran continuas.
Siempre dispuesta a aprender, se interesó por los temas esotéricos y juntos con otras personas, crearon un grupo que se llamó Aracise. Este grupo se reunía una vez a la semana y creaban buena energía para pedir por la paz en el mundo.
Nunca tuvo miedo a la muerte. Aún no siendo una persona creyente, siempre creyó en una vida mejor.
Acerptaba todo lo que la vida le daba. Sé que lo bueno es fácil de aceptar, no así lo malo, pero ella lo hizo y lo hizo de una manera tán positiva que a veces llegábamos a pensar que fingía. Pensábamos que lo hacía para que no la viéramos triste. Pero no, no fingía. Ni el mejor actor puede fingir las 24 horas del día durante toda la vida.
Nunca, desde aquel día en que nuestras vidas se juntaron, la vi triste, ni enfadada.
Cuando su marido, diez años mayor que ella, empezó a mostrar lo primeros síntomas de esa terrible enfermedad que te borra todos los recuerdos, ella, lejos de deprimirse, aceptó lo que se le venía encima.
Nunca le oí quejarse y nunca quiso ayuda. Decía que podía hacerlo, a pesar de tener más de 70 años y es que nunca hubiera querido molestarnos.
Sin hacerle caso, su único hijo le ayudó y ella por supuesto lo agradecía.
Había un momento especial todas las semanas entre madre e hijo que les gustaba mucho. Eran los domingos por la mañana, cuando su hijo iba a yudarle a bañar a su padre.
Antes de ir compraba unos churros y la ceremonia era la siguiente: Primero, lo levantaban y lo bañaban y a continuación, desayunaban juntos. Aunque su padre, debido a su enfermedad no podía participar de la conversación, entre su madre y él se iniciaba una tertulia que se podía alargar hasta la hora de la comida.
A pesar del triste hecho de ver cómo su padre iba perdiendo sus recuerdos, él volvía contento a casa porque veía felices a sus padres y hablar con su madre le proporcionaba (a los dos) muy buena energía.
Capítulo aparte merece el trato que ellos siempre tuvieron con sus nietos, mis hijos.
Todo el amor, positividad y energía que esa mujer tenía lo volcó especialmente hacia ellos. El contacto era diario, si no presencial, era por teléfono, ya que ella nos telefoneaba a diario. Siempre teníamos algo de qué hablar y al colgar, siempre me sentía bién.
Por supuesto, los domingos la comida siempre en su casa .
Con frecuencia y cuando mis hijos eran pequeños, venían a comer a casa los viernes y al salir los niños del cole y después de ducharse se los llevaban a su casa hasta el domingo que era cuando nosotros íbamos a comer y ya de noche, regresábamos los cuatro a casa. ¡Qué bién se lo pasaban mis hijos con ellos! Los abuelos estaban a su entera disposición. Ellos les enseñaron a ver las cosas de otra manera y a disfrutar dibujando.
Pero todo cambió hace dos años cuando a esta gran mujer le dió un ictus. A partir de ese momento, los cambios en nuestras vidas se precipitaron. Ella tuvo que ingresar en el hospital y nos tuvimos que ir a vivir a su casa para cuidar de su marido las 24 horas. Su hijo pasaba todas las horas con ella. Recuerdo lo doloroso que fué llevar a su padre a una residencia: Todos los días, visitas a él y a ella.
Ella estuvo tres meses en S. Juan de Dios, había que bañarla y ayudarle a comer. Aunque la cabeza estaba bién, todo su lado izquierdo quedó paralizado y tuvo que ir en silla de ruedas. Pasados esos tres meses, ingresó en la misma residencia que su marido (quería estar con él) pero este enorme cambio en su vida no le amilanó. Al contrario. Ella lo vivió como una prueba, como un reto y decidió afrontarlo como ella había vivido toda su vida, con positividad.
Se puso a hacer rehabilitación todos los días, no solo física sino mentalmente también.
Al mes de estar allí, su marido falleció. Sabía que las cosas hay que hacerlas en vida y ella había dedicado la suya a él así es que, estaba tranquila.
Todos los miércoles esperaba con alegría la visita de su hijo, algunas veces acompañado de la hermana de su madre y otras por una cuñada. Aunque a menudo le dijese que no hacía falta que fuera todas las semanas, quizá porque no quería molestar a nadie. El caso es que se lo pasaban muy bién juntos, hablando y hablando. Ella le contaba todas las novedades que habían ocurrido allí dentro y su hijo todo lo que había ocurrido en el exterior . Esas dos horas eran tan estimulantes, que era difícil saber quién de los dos salía más feliz de ese encuentro.
Entre semana, no solo recibía la visita de su hijo. De vez en cuando familiares y amigos acudía allí a compartir con ella un rato, luego ella muy contenta por esas visitas, nos lo contaba cuando íbamos.
Los domingos yo acompañaba a su hijo a visitarla y otros también sus nietos nos acompañaban y hablábamos mucho y cuando hacía buén tiempo, salíamos con la silla a dar una vuelta por los alrededores y a veces cogíamos higos de una higuera que había en el exterior de la residencia. Cuando volvíamos a casa, siempre lo hacía algo triste por dejarla allí, pero contenta porque ella estaba feliz y esa alegría me la transmitía.
Repartió tanto cariño entre sus compañeros de residencia, que todo el mundo, tanto residentes como trabajadoras, estaban encantadas de tenerla allí
Nunca se refugió en el pasado, vivía el presente por eso no le gustaba mucho hablar de su piso, del que había tenido que dejar a causa del ictus. Decía que su piso era ahora su habitación de la residencia y su vecina era su compañera de habitación.
Nunca se dió por vencida cuando le dijeron que no volvería a andar y que la mano no la movería, por eso le gustaba hacer rehabilitación y la hacía cada mañana. Puso tanto empeño en curarse que al poco tiempo ya comía y pintaba ella sola con la mano "inválida" y no contenta con eso, un día nos sorprendió con la noticia de que ya se podía poner de pié agarrándose a las barras fijas y al poco tiempo y con 86 años, nos mostró orgullosa cómo podía dar unos pasos con la ayuda de un andador.
"Cuando ya pueda andar, me moriré" solía decir y aunque lo decía bromeando, sucedió así-
Cuando más feliz estaba ella y por lo tanto todos nosotros con su vida, le diagnosticaron cáncer de mama. Según ella, el bulto lo llevaba desde hace años, pero nunca se había quejado.
Los médicos decidieron operarle a pesar de su edad y de que no tenía ningún dolor ni molestia.
Increiblemente, el día siguiente a la operación, ella seguía igual de sonriente, habladora y positiva. No paraba de decir que estaba muy bién y que no le dolía nada y debía de ser verdad porque eso era lo que su cara reflejaba. Las mismas enfermeras estaban asombradas y todo acabó cuando a los dos días, sin saber por qué todo se complicó y entró en coma.
Cinco días más tarde se marchó dejándonos solos y hundidos. Quiero pensar que se fué porque ya había hecho todo lo que había venido a hacer.
La conocí cuando yo era casi una niña, crecí y me formé como persona a su lado y sé que todo lo bueno que tengo, lo aprendí de ella y también sé que nunca podré agradecerle todo lo que hizo por mí. Fué un privilegio conocerle.
Ella se llamaba Trini...y fué mi suegra.
Algunas fotos de su vida, aquí.

1 comentario:

Carlos Miragaya dijo...

Querida Esther:

Me imprimo este texto tuyo referente a nuestra Trini, para poder así saber más de ella, Trini, a través de ti. Lo leeré encantado en mi Botschaft Mitte (Embajada Central) cuando llegue mi momentito de tomarme hoy mi cafelico.

:-)

Besos y gracias!