7/25/2006

La calle de enfrente.







Me encanta la terraza que tengo en mi casa, aunque no la uso tanto como me gustaría. Quizás es por el clima, en verano hace mucha calor y en invierno, hay muchos días en los que el cierzo me impide disfrutar de ella. Pero por las noches, por las noches es distinto. En cuanto el tiempo lo permite, solemos cenar en ella, ahí, al aire libre, como si tuviéramos un apartamento en la playa. Las aceras son muy amplias y los árboles que hay en ellas son lo suficiéntemente altos como para que tengamos cierta intimidad. La calle también es lo suficiéntemente ancha como para que los edificios del otro lado de la calle no me intimiden y tengo la suerte de que enfrente de mi terraza haya una calle peatonal muy amplia entre dos edificios, que tiene a lo largo, en el centro, una zona muy amplia de césped con unos árboles muy altos y frondosos, son tan altos que sobrepasan al edificio de cuatro pisos que hay en esa calle.
Por la noche, de madrugada, un poco antes de irme a la cama, me gusta sentarme en las sillas de mi terraza, con la luz apagada,mirando hacia esa calle iluminada y vacía de gente ( a esas horas, solo las personas que viven en ese edificio u otras que salen a pasear a sus perros, caminan por allí), levanto mis piernas y las pongo sobre la barandilla y así, arropada por la tranquilidad que suele haber en mi propia calle, sin ruidos del tráfico, paso largos ratos pensando y según qué noches, dependiendo de mi estado de ánimo, la calle de enfrente hace que salgan mis emociones y recuerdos.
La misma calle, de día, tiene otro sentido.

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